«Sólo sé que nada sé» Sócrates (470-399 a. C.)
«SOSTENER EN EL VACÍO PARA TRANSFORMARLO»
A mi madre Paquita:
Qué lección de modestia la de ser madre!
Adopté mi tercer hijo con la convicción de que yo había tenido mucha suerte a pesar de algunas dificultades y con la idea de que yo lo haría mejor que mi madre. Me preparé muy bien personal y profesionalmente y después, incluso, creé el Instituto Familia y Adopción con el objetivo y esperanza, de que los hij@s adoptad@s y familias adoptivas no se sintieran tan solas como yo, y mi madre y mi padre, nos llegamos a sentir en algunos momentos.
La maternidad adoptiva se diferencia de la biológica dependiendo de si a nuestr@ hij@, la vida, le ha sacudido con experiencias traumáticas. En la adopción tenemos la certeza de que esto es así! El abandono por sí solo, ya es una forma de maltrato, si además, añadimos el estrés e la madre durante la vida intrauterina, maltrato y/o abusos en la familia de origen y estancias más o menos prolongadas en instituciones, crean unas memorias traumáticas que normalmente quedan congeladas y no se recuerdan por pura supervivencia. Si esto no se corrige en su mente, su funcionamiento estará acondicionado con mayor o menor medida por el estrés y el dolor. E irá creando unos patrones de funcionamiento que no le jugarán a favor. Se mueven en la incertidumbre, la duda, la inseguridad, el miedo a equivocarse y quedarse sol@s, de nuevo, con la culpa de haber hecho algo mal, de no ser lo suficientemente buenos y lo bastante merecedores de afecto. REPROCHES más o menos inconscientes que se hacen ell@s mism@s. Sin embargo, probablemente, lo expresarán, no como yo lo estoy haciendo, sino a través de sus conductas y actitudes. Su autoestima es débil, les cuesta mucho confiar y se sustenta sobre, la atención, mirada y la respuesta del otro. Necesitan que les quieran tal como son y no como proyectos según nuestros valores y circunstancias. Las actitudes de rebeldía, rabia síntomas de miedo y desesperación, se suman, chocan y encuentran cobijo o límite con los traumas y vivencias de sus padres y madres adoptiv@s.
Por eso el mensaje que que necesitan es que pase lo que pase, cuando nos necesiten, allí nos encontrarán. Pero ¿qué significa exactamente estar encontrarnos allí? y ¿cómo transmitir adecuadamente este mensaje para que les llegue y no se confunda con el no poner límites y estructura que también necesitan?
También en nosotr@s se produce un diálogo interno fruto del miedo y la impotencia:
• ¿Cómo poder sostener la angustia de nuestro hijo/a si no podemos sostener nuestra?
• ¿Qué impotencia cuando sabes, incluso podemos poner nombre y palabras a lo que le pasa, pero no quiere recibir nuestra ayuda!
• ¿Cómo hacerle sentir que estamos allí y que puede contar con nosotras como madres pero que al mismo tiempo lograr que no se instale en la evasión o en el no hacer, y que pueda sacar los recursos y potencial que también sabemos y vemos que tiene?
• ¿Cómo sostenernos para no caer en el miedo, y en la rigidez al dar nuestra respuesta?
• ¿Cómo hacer para encontrar el equilibrio entre lo que hemos aprendido de nuestras madres y lo que vemos que también ell@s necesitan realmente?
• ¿Qué hacemos cuando entendemos lo que le pasa, incluso sentimos que su situación es similar a lo que nos está pasando a nosotros mism@s, y tampoco encontramos la salida?
A menudo nos sale la rigidez y el refugio fácil «’aquí mando yo!» en sus distintas formas y variaciones fruto del miedo que sentimos a perder o a que no se respete nuestra autoridad. Resulta difícil no dejarse llevar por este tipo de respuesta y simplemente confiar. Nuestra propia historia de búsqueda de atención y afecto, que toda persona necesita, a menudo conlleva que no podamos estar en la plenitud y tan disponibles como nos gustaría para acompañar a nuestros hij@s. Es muy necesario observarnos como hijas, personas, pareja, familia que somos, buscar a un/a profesional para que nos acompañe, si es necesario. Cuidarse, aprender nosotr@s para poderlos nutrir y ayudar a que también aprendan ell@s . Exite un elemento transformador en los contactos/vínculos profundos que establecemos. Tod@s tenemos ejemplos en la familia y fuera de la familia, amig@s, profesor@s, etc .. figuras significativas que nos han ayudado a dar pasos gigantes en nuestro crecimiento personal, intelectual a lo largo de nuestra vida.
Si nos enpequeñecemos a nosotr@s mism@s difícilmente podremos dar fortaleza y autoestima a nuestros hij@s. Tomar conciencia de nuestros patrones de funcionamiento interno, y trabajarlos para modificarlos, es el camino para que podamos estar más seren@s, empàtic@s y dar una respuesta más constructiva a nuestros hij@s. Salirse del como deberíamos ser y estar, para poder querese desde el confiar para ayudarles a aprender, así, a confiar también en la vida y con ell@s mim@s.
Claudio Naranjo dice «Para sanar la sociedad, Tenemos que sanar a la familia y para sanar la familia Tenemos que sanar primero, la familia interior». Como sociedad, todavía nos falta una política y educación en el desarrollo de la conciencia. Los conocimientos y la información abundan, pero integrar todo para actuar con auténtica sabiduría desde el corazón es otro cantar!
Los traumas que arrastran est@s niñ@s de la primera infancia hacen que tengan una baja tolerancia a la frustración. Much@s de ell@s están ausentes en la escuela o deciden abandonarla en la época de la adolescencia porque ya no pueden más. Se sienten impotentes para responder a lo que todo el mundo espera de ell@s. Especialmente a nosotr@s. Arrastran serios conflictos en sus vidas que van solucionando como pueden, muchas veces dejándolos abiertos por el camino y olvidándose de ellos. Huyen hacia delante. Y de repente aparecen todos a la vez. Tantos interrogantes y tantas preguntas a responder que no resulta difícil entender que el ámbito escolar deja de tener interés para ell@s. Si ya cualquier adolescente tiene dificultades para encontrarse a sí mism@, imaginemos enfrentarse a la propia identidad con memorias traumáticas, muchas veces, no codificables, que vuelven a aparecer en la vida cotidiana en diferentes formatos. De repente, se hacen presentes todos los fantasmas del pasado pero sin un recuerdo racional porque cuando pasó, eran demasiado pequeñ@s (y no me refiero, sólo, al recuerdo de la familia biológica). Consciente o inconscientemente se preguntan sobre su identidad, o lo que es lo mismo, sobre quiénes son y quieren ser. Y aquí es cuando aparece el vacío y los síntomas fruto de sus vivencias traumáticas, a menudo, disfrazados de rebeldía. Se sienten no querid@s, indign@s, culpables y, además, por si esto fuera poco, tienen la inevitable sensación de ser desagradecid@s porque no pueden corresponder como les gustaría. Interpretan situaciones que se producen en su vida cotidiana ajenas a ellos/as como «no me quieren, no les gusto, no valgo lo suficiente» y esto les hace desistir, alejarse, rebelarse, en definitiva, huir, en la forma que pueden para hacerlo.
Tienen en su mente otras cosas más urgentes que reclaman su atención inmediata. Y ¿qué hacemos nosotr@s? Exigirles directa o indirectamente que vayan a clase, que estudien, que saquen las asignaturas, que se comporten adecuadamente en casa y que no pierdan de vista lo que se están jugando. Sin embargo ell@s están en otra guerra, luchando contra es@s enemig@s invisibles fruto de aquellas vivencias de la primera infancia que se vuelven a poner en guardia, también, con las experiencias del presente. En estos momentos, la fuga es una de las pocas salidas dignas que les queda, y aunque nos desespere, es la única que saben y pueden hacer. El «yo no valgo, lo hago todo mal, soy un desastre» no les deja autoregularse estos momentos de soledad, que para otras personas les son tan reparadores. Esta memoria ya está, ya lo han vivido en el pasado, aunque no puedan recordarlo racionalmente.
El bebé necesita de una continuidad y armonía en la relación con su madre, necesita sentir que está atenta a su reclamo, que reconoce sus necesidades y que asume la responsabilidad de atenderlas. Así es como aprendemos a sentirnos seguros los humanos. La madre se convierte en un continente seguro para el desarrollo de su identidad y regulación de las emociones. Así aprendiendo cuestiones básicas que configuran nuestra identidad, aprendemos a confiar que nuestras necesidades serán satisfechas y que somos estimables, merecedores / as de atención y cuidado. Esto no es lo que experimenta un niñ@ adoptad@, sino abandono, negligencias, abusos, malos tratos de diferentes tipos que los sitúa constantemente en un estado de estrés durante un largo periodo de tiempo. Con estas condiciones es muy difícil que el/la nin@ pueda ir creando una identidad completa, segura, bien diferenciada y caracterizada por una imagen positiva de sí mism@. Ya en el vientre de la madre, su olor, la frecuencia cardíaca, la voz, hace que el bebé se calme. Y al nacer también, cuando nos vuelven a colocar sobre él. Esto, si durante un período de tiempo no está, se rompe, aunque otra persona tome el relevo. Para el/la niñ@ es una experiencia traumática de inseguridad, estrés, pánico, que, aunque no tenga un recuerdo consciente, igualmente deja huella. La ansiedad y consecuente cortisol que se desprende de todas estas experiencias, muy parecido al estrés post traumático, afecta negativamente al cerebro. Les queda grabado en la memoria que es difícil confiar en la permanencia del vínculo. Suelen mostrarse profundamente dependientes de su entorno inmediato, aunque parezca todo lo contrario, y su autoconcepto suele ser muy bajo. Cuando dependen de la benevolencia y arbitrariedad de los adultos tiene un sentimiento de indefensión y desconfianza. Suelen desarrollar un estado de ánimo triste aunque a menudo se presente en una conducta «sobre adaptada» como mecanismo de supervivencia, haciendo lo posible para satisfacer las exigencias y deseos de los colaterales y adultos. En muchos casos es lo que se llama Trastorno Reactivo de Vinculación.
A mí, como hija adoptada me ha sido de gran ayuda la presencia incondicional de personas que sentía que confiaban en mí, me querían, me entendían (porque saben de estos temas) ,y, con su ayuda, iba construyendo un vínculo permanente y continuo con un relato de mi historia y de mi mism@ coherente y valioso para mí . Y, esto es lo que ha hecho posible que pueda sostener y transformar la impotencia, tristeza y el vacío para dar paso a un diálogo interno conmigo misma envuelto de consuelo y serenidad que va forjando el aprendizaje de confiar en mí misma y en la vida. De esta forma y no de otra, podemos transmitirlo, con nuestra simple pero intransferible, e incondicional PRESENCIA, a nuestro hij@.
Termino con un fragmento del libro «La voz pública de las mujeres» de Dolores Renau, referencia y ejemplo de mujer, madre y persona de gran estima para mí: … « solo el ser humano es capaz de sentir, identificar y señalar mediante el lenguaje algunas ausencias que, transformadas y convertidas en discurso y actos con capacidad de impulsar avances y progresos….la conciencia de la ausencia transforma a esta en una presencia significativa…se establece una tensa y momentánea convivencia entre normes, modelos y ritos arraigados en las profundidades de nuestra estructura personal y colectiva y el empuje de las nuevas fuerzas liberadas por la “toma de conciencia”…
Ponencia Eva Gispert para la Fundació Rafols